lunes, 28 de septiembre de 2009

El momento en que el hombre sabe para siempre quién es

28 de septiembre. Esta fecha tiene para mí algo de conmemoración, mezcla de muchos recuerdos. No es una conmemoración alegre, pero para ser sincero tampoco es de absoluta tristeza. Un 28 de septiembre fue un momento decisivo en medio del proceso más duro de mi vida hasta el momento, con dolores profundos y duraderos, con miedos intensos, decepciones y grandes dudas.

Recordarlo no es un esfuerzo de la memoria, como para no olvidar. No está dentro de mis proyectos olvidarlo sobre todo porque será imposible. Recordarlo es una reflexión respecto a la naturaleza humana y sus viscisitudes, sobre lo que me tocó aprender a punta de dolorosas constataciones.

Que allanaran mi casa un 28 de septiembre fue duro. Que fuese por decisión mía, aun más. Que fuese por denunciar a quien había sido un amigo, qué decir. Y que fuese porque éste almacenarba pornografía infantil y su vida era un fraude, algo aun mayor. Mientras los detectives incautaban cientos de discos me era duro mirar a quien, con rostro desencajado, contestaba las preguntas de investigaciones configurando datos nuevos. Pero yo había decidido estar ahí, en parte porque ofrecí mi ayuda porque había que estar seguros de que hubiera quien abriera la casa, pero en gran medida porque lo asumí como parte de la responsabilidad que cabía en el proceso. Fui llevado, pero decidí ir.

Antes, durante y después, fue un continuo aprendizaje sobre las personas. Sobre aquellas que siempre me manifestaron el apoyo que tanto necesité, sobre aquellas que comprendieron mis dudas, mis temores y decisiones. Sobre aquellas que se quedaron más con la forma que con el fondo. Dolorosamente, sobre aquellas que fueron implacables conmigo, sobre las que prefirieron no mirar, las que prefirieron no saber, las que me dijeron A e hicieron Z y hoy dicen que no dijeron A ni hicieron Z, y las que optaron por decir que no vieron lo que vieron.

Las conductas humanas son un misterio. Me tocó pagar duramente lo que creo que no merecí, pero que debía asumir, y lo hice. Me costó el alejamiento de la obra que más he amado y una suerte de exilio de la población que tanto quise, La Legua. En ocasiones tocó no comprender del todo y cargar, sólo cargar. Ignoro si todo este tema tuvo que ver con aquel rumor que algún mariconcito difundió respecto a mi despido del San Ignacio, pero lo creo muy posible. Pero ese momento en el que supe para siempre quién soy fue para armarme de coraje. Detalles más o menos, creo que volvería otra vez a hacer lo que hice por creerlo correcto. Creo que volvería a pagar ese costo.

Fue la ocasión de aprender que las lealtades son extrañas y contradictorias. Que para las personas a veces es posible creer cosas contradictorias. Que la consecuencia en los actos es una cosa parecida a la persistencia, pero que la fidelidad a lo que se sostiene es otra, aun màs compleja y decisiva para cada uno. Que las lealtades a las personas son importantes, pero que la lealtad más importante es la que se sostiene con uno mismo y lo que se cree, pues esa lealtad es con la que me enfrenté de manera decisiva en ese momento en que un hombre sabe para siempre quién es.