"En un hotal, en un restaurante, a veces ellos (la oposición) están hablando y no saben que quienes los atienden, como el mesero, están oyendo. O van hablando y como tienen chofer a veces no se dan cuenta de que el chofer va oyendo y es nuestro" (Hugo Chávez)
Quizás debo hacer una apostasía definitiva. Tardía, dirá alguno. Pero alguna vez albergué una secreta esperanza de que Hugo Chávez, quizás, sería aquel necesario contrapeso en Latinoamérica frente a Estados Unidos. Alguna vez creí que ese mandatario de izquierda, que mantuviera viva al menos un poquito esa llama que dice que otro mundo es posible, un poquito más a la izquierda, cun un poco más de esos ideales ya perdidos.
Quise creer hasta el final que sus salidas de madre, sus impulsos, taldazos, etcétera, podían ser explicables, no sé. Quizás todos los hechos anteriores habrían bastado antes para esta apostasía, pero de alguna manera éste me llegó más. Tal vez porque tengo vivo el recuerdo de esos tipos de lentes oscuros y camisas grises, ante quienes toda conversación cesaba. Quizás porque la sencilla explicación de mis padres al verlos en la calle bastaba para hacerme temblar, cuando decían tratando de no modular mucho"son CNI". Los mismos que alguna vez en Punta de Tralca, luego de un comentario de mi papá en la misa respecto a los pueblos que sufren la opresión, se acercaron a hacerle una bien poco amistosa advertencia. Porque tengo vivo el recuerdo de esos personajes siniestros a quienes aprendí a temer.
Me horroriza la idea de ser vigilado al conversar, al ir en un auto, al estar en un restaurant. Eso da vergüenza, da pena, da horror. Eso, Hugo Rafael Chávez Frías, eso es de fascistas, a los que tú dices detestar. Eso se reconoce con vergüenza, carajo.