domingo, 19 de abril de 2009



El clásico me recordó las películas de Rocky: aguantar mangazos durante once rounds para despertar en el 12 y mandar a la lona al rival, por la cuenta de diez. Parecía que iba a ser eso; no sé cuántos mil rusos esperando que "Iván Drago" mandara pa' la casa a Rocky Balboa y Rocky reviviendo. Muchos habrán esperado este clásico con la servilleta al cuello para servirse a los camilleros, y no fue.

Me deja sensaciones encontradas el clásico. Hoy en la mañana leía a hinchas del Colo pensando en que a lo mejor una derrota iba a hacer por fin que la mierda saliera a flote y obligara a decisiones drásticas. Por un lado lo encontraba razonable; a veces un triunfo resonante hace olvidar lo malo y no es bueno siempre olvidar. ¿pero a costa de una derrota en un clásico? El corazón pesa, pucha qué pesa.

Por un lado,eso es inaceptable. No, no se puede desear perder con la U. Por otro, era como tapar la basura alegrarse por ganar. ¡Es todo tan complejo cuando las pasiones juegan! 84 años desde que un -verdadero- joven idealista se juntó con otros para, entre copas de vino y humo de cigarrillos (no en el camarín, sino en el sagrado Bar Quitapenas de Independencia), fundar el club por el que daría su vida, literalmente. Por otro lado, el deseo de que las cosas se hagan efectivamente bien.

Otra vez, el fútbol supera a la realidad. Otra vez verifico que el fútbol se parece tanto a la vida misma, tan contradictorio. Es un bálsamo un triunfo. Pero es una excusa peligrosa. ¿Con qué me quedo? ¿Con la alegría del triunfo? ¿Con la pena de la confirmación de una traición? ¿Me alegro de las trabadas del Kalule, o lo puteo por no haberlas hecho antes?

Me haría falta una comversa con el Negro Fontanarrosa.

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