Ministerio de Educación, Unidad de Curriculum. Se ha designado al equipo encargado de redactar el ajuste curricular en Matemática. Sin que lo noten, los designados intercambian miradas cómplices entre las felicitaciones y parabienes que reciben. Por fin, fruto de una larga espera alimentada con una paciencia infinita, podrán ejecutar el plan esperado. Lo que nadie sabe es que son infiltrados del servicio secreto de un país enemigo, de un grupo económico, de un poder oculto, lo que usted prefiera. Han escalado hasta posiciones de poder para minar el país desde su instrucción, postergando sueños de desarrollo, condenando a puntajes bajos en pruebas internacionales, eliminando posibilidades de una instrucción de calidad. Lo han logrado, tienen un plan maestro, conservarán el secreto; se trata de una máquina bien aceitada que destruirá la enseñanza de la matemática por unas cuantas generaciones, y de paso condenará al subdesarrollo a nuestro país por unos cuantos años más.
Esto no es verdad. Alcancé a pensar todo esto al leer, releer, reflexionar y trabajar sobre el ajuste curricular en matemáticas, y me convencí que todo mi primer párrafo es una ficción. Creo que tuve justificaciones para llegar a pensar en esa trama: son tantos los despropósitos, tantas las inconsistencias que se me hace obligatorio pensar en la mala intención. Algo tan mal hecho, tan negacionista de la naturaleza misma de la matemática no puede ser obra de un propósito bien intencionado, hay algo detrás. Y sin embargo, estoy equivocado. No hay tal conspiración. Sólo se trata de una manga de tontines que no saben mayormente de lo que están hablando. Se encargaron de esto tipos puestos allí sólo por afinidades políticas, apellidos rimbombantes, ser hijo, sobrino, compadre, capitán del equipo, amante, parrillero, chofer o padrino de, pero no por sus capacidades matemáticas. Hicieron lo que pudieron desde su incompetencia, y pasó lo que pasó: quedó un mamarracho sin pies ni cabeza. Los tipos tuvieron especial cuidado de no acercarse siquiera a alguien que supiera matemática, no fuera a ser que los opacara y se terminara revelando su incompetencia. Así, lograron quemar una y otra etapa hasta aprobar un ajuste con hartas frases bonitas, con harta palabrita técnica para marear a punta de cantinfleos y lograr que suene bien. Eso es todo. No fueron malintencionados, sólo eran tipos que no sabían nada de nada, salvo “hacer la pega”.
Pero tampoco esto es cierto. Llego a mi tercera hipótesis, la que reputo finalmente por verdadera, y es más terrible que las anteriores. Recuerdo un capítulo del inolvidable "Chavo del Ocho" en la escuela, con el profesor Jirafales preguntando lo que se necesita para educar a un perro. Paty levanta la mano y responde prestamente "saber más que el perro". Por increíble que parezca, de esto se hicieron cargo tipos que olvidaron esta premisa básica. No sólo la olvidaron, han escrito papers, han anillado páginas, han diseñado powerpoints con sesudas ideas para negarla, y declarar que los cabros necesitan explorar y no formalizar, aproximarse y no definir. Tipos que hicieron congresos, seminarios, simposios y aquelarres respecto a la importancia de la tiza amarilla, el plumón verde y el uso de la esquina superior derecha de la pizarra de acrílico, que han investigado establecido correlaciones impresionantes como la importancia del agua en la hidratación, pero son incapaces de explicar la aplicación concreta de su ideita a la hora de enseñar álgebra – mejor aún, dicen que esa es “tarea del profesor”-.
A estos tipos se les ocurrió que, como el problema es que los cabros no aprendían a pensar, había que condenar todo lo que incluya memorización, algo de mecanización de procedimientos, nomenclaturas, como si no fuese necesario este largo proceso para articular los razonamientos, como si no fuese la adquisición de un lenguaje básico una condición indispensable para poder adentrarse en razonamientos más profundos. Tipos a los que no les parece naturalmente absurdo armar una torta partiendo por la guindita, total, siempre puede hacerse un estudio que conjeture que no es una ridiculez, y habrá una tesis de magister o doctorado que lo refrende. A estos tipos se les ocurrió que se puede enseñar una ciencia formal sin formalizar y, mejor todavía, que se puede enseñar en el vacío, como quien enseña a jugar fútbol sin un balón. Para dar una idea, imagine usted que debe enseñarle a jugar tenis a alguien. Su alumno está excedido de peso unos 40 kilos y nunca ha tomado una raqueta en su vida. ¿Por dónde parte usted? ¿Qué comience jugando contra Federer, inventando jugadas? ¿O parte por hacerle bajar de peso y que le pegue a la pelota contra el muro, para que se acostumbre a la raqueta? ¿Soy yo el único al que le parece obvio lo que hay que hacer?
Y como nunca falta el roto para el descosido, tienen una cohorte completa que les aviva la cueca y les palmotea la espalda. Total, esta es la moda, lo contrario es ser anticuado. Total, así se hace en otros países – como si esos países hubieran partido desde cero, como si no hicieran un montón de cosas distinto a como las hacemos nosotros -. Sonamos muchachos, esto es más grave que mis dos primeras hipótesis. Resonamos, la mala intención sería mejor que la tontera con cartón enmarcado.
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